Me estoy desdibujando…

Por Laura Szmuch

¿Cómo seguir siendo nosotros mismos y a la vez  compartir la vida con otros? ¿Cómo preservar nuestra manera de ser y a la vez ser flexible para disfrutar una convivencia pacífica? ¿Cómo evitar que otro con personalidad fuerte avasalle nuestros deseos y motivaciones?

“Hace tanto tiempo que estamos juntos que a veces siento que me olvidé de lo que realmente quiero”.

En el nombre del cuidado de la pareja y la familia muchas personas, tanto hombres como mujeres, han optado por dejar de hacer lo que les gusta.  Tal vez han aprendido a complacer, o a no causar problemas.  Quizás la personalidad del otro sea demasiado fuerte y entonces se hayan acostumbrado a adaptarse. Si bien es bueno ser flexibles y respetar lo que la pareja quiere es importante, muchas personas se pierden a sí mismas satisfaciendo  solamente lo que quiere el otro, o aceptando sin cuestionar lo que su familia política decide.

Mi amiga ya no es la que era

Muchas veces alguien que conocemos cambia por completo cuando tiene nueva pareja o grupo de amigos. La persona deja de ser quien era. A medida que pasa el tiempo va modificando gustos, costumbres o creencias muy arraigadas. Si bien siempre le damos la bienvenida a las transformaciones personales cuando son iniciadas en la persona que las atraviesa y las vive, es necesario prestar atención si esos cambios son elegidos por la persona, o simplemente son parte de un proceso de adaptación, anulación y abandono de su propio centro. Clarissa Pinkola Estés lo explica muy bien en su interpretación del cuento  “Piel de foca, piel del alma”, donde la protagonista deja de ser quién es, pierde su propia piel, para cumplir con los deseos de su marido.

“Cuando estoy allí, siento que me desdibujo”

A veces no es la pareja, sino un entorno laboral o familiar lo que hace que una persona se sienta muy alejada de su propio centro, de quien realmente es, o lo que siente. A muchas personas les sucede en sus ámbitos laborales, cuando sienten que no comparten intereses, temas de conversación, valores, modos de relacionarse, o ritmo de trabajo. Cuando una persona, por ejemplo, necesita profundidad y tiempo para tomar decisiones, el resto de sus compañeros tal vez ya pasaron a otro tema y esa persona quedó como si le hubiera pasado un tsunami por encima. La velocidad excesiva para quien no puede manejarla, es violencia. Tal vez sea una diferencia generacional, de crianza, o de forma de procesar la información lo que hace que el ritmo de trabajo de una persona sea muy diferente al de sus compañeros.

Esto también suele sucederles a muchos niños en las aulas, cuando no se respeta su modo de aprendizaje, y se sienten extraños y fuera de eje por no tener cómo acceder a lo que se le está enseñando.

“Yo soy el/la que manda”

En el afán de tener poder sobre otros, precisamente, por estar fuera del propio centro, muchas personas imponen a los demás modos de ser, de pensar, de vivir. Cuando una persona o grupo de personas no se encuentran a sí mismos, se fortalecen con la atención y energía de quienes acatan sus deseos y órdenes. Cuando una persona se queda con otra por sometimiento, y no por deseos verdaderos de hacerlo, su esencia se desintegra, se asfixia, ya no sabe qué es lo que le gusta, lo que quiere, lo que anhela para su propia vida. Su voluntad ha sido cercenada. Desde elegir el menú para una fiesta, la mesa en un restaurant, el programa de TV que se mira en casa hasta decisiones mucho más trascendentes como a qué escuela enviar a los hijos, o hasta qué ideas políticas se apoyan y a quién se vota en esa casa, si solo se acatan órdenes de otro, la persona en algún momento ya pierde noción de qué era lo que pensaba y sentía.

Una persona que se pierde a sí misma, que se desfigura, que pierde su orientación por seguir la orientación de otros, se vuelve resentida, enojada o muy triste.  En muchos casos se enferma, ya que al acallar su propia voz su cuerpo físico comienza a pedir ayuda a los gritos.

Cuando en algún ámbito, o con alguna relación en particular, ya sea con amigos, con una pareja, con los padres, con los hijos, con algún amigo o grupo de amigos, sentimos que nos estamos perdiendo, es imprescindible comenzar a recuperar-nos.

¿Cómo hago para volver a mi centro cuando me alejé de él?

El primer paso es aprender a establecer límites sanos. Es importante preguntarnos una y otra vez qué es lo que nosotros anhelamos, lo que tenemos ganas de hacer. La vida se pasa, y no podemos postergar nuestros sueños para cumplir los de otra persona.

Aprender a expresar nuestra individualidad, todo aquello que somos y lo que no somos también. Es importante delimitarnos, definirnos, conocernos, diseñarnos, reciclarnos, decidirnos y expresarnos.

Cuando aceptamos lo que somos, y también lo que no somos, tenemos disponibles los recursos que necesitamos.

Continuamos con  el respeto a nuestros espacios internos, necesidades y deseos, la nutrición del alma, y pequeños grandes detalles que harán nuestra vida más plena, con más presencia y con la mente clara para poder vivir la vida que elijamos.

En el mundo en que habitamos, suele ser bastante desafiante esto de estar en nuestro centro. Bombardeados por un sinfín de estímulos, esta sociedad NONSTOP nos tironea de todas partes. Mensajes  directos y encubiertos, todos ellos nos incitan a desear más y más. El concepto de abundancia es maravilloso. Sin embargo, es imprescindible distinguir la abundancia existencial del deseo desenfrenado y adictivo de cumplir con todas las exigencias que nos impone un paradigma de consumo en el cual dejamos de ser seres humanos para convertirnos en meros consumidores de cosas.

Si no nos preguntamos diariamente qué es importante para nosotros, la televisión, los vecinos, la calle, es decir, otros, decidirán por nosotros. En lugar de vivir nuestra vida, seremos vividos por ideas ajenas, en la gran trampa de creer que de tanto escuchar lo mismo siempre, es eso lo que quiere nuestra alma.

Se nos ha vuelto difícil saber qué es lo que realmente deseamos, porque continuamente nos dicen lo que se supone que debemos desear.

Se nos dice qué es lo que se espera de nosotros debido a nuestra edad, a la familia donde nacimos, a lo que a algunas empresas les conviene vendernos.

Hasta se nos insiste con el hecho de que debemos ser felices, y esa exigencia nos estresa más que lo que nos ayuda. Además de tantas obligaciones… ¿también hay que ser felices? La felicidad no es algo para conseguir, sino un estilo de vida. La felicidad no depende de lo que sucede a nuestro alrededor, sino de cuán confortables nos sentimos en nuestra propia piel.

En nuestra cultura nos han hecho creer que la leche en polvito en algunos casos es mejor que la de la teta, que es mejor dejar que los bebés lloren y desarrollen sus pulmones, que no hay que tener a los niñitos a upa mucho tiempo. Esa falta de contacto de piel a piel, de aroma a ser vivo, esa desnaturalización de la vida que se nos ha impuesto, nos ha programado para suponer que todo debe venir de afuera. La intimidad con otro, y la intimidad con uno mismo han pasado a segundo plano.

¿Cuántas personas realmente tienen un momento para sí mismas?

No me refiero a sentarse frente a la TV a embotarse de noticias o a ver series o novelas.

No hablo solamente de hacer cosas que nos gustan.

Me refiero al silencio fecundo, a la ducha con presencia, a la conexión con nuestros propios cuerpos, a la conciencia de la respiración, a la reflexión, al discernimiento de qué es realmente importante para nosotros.

Es triste darnos cuenta de que si no nos dedicamos a nosotros mismos, a cultivar nuestro espíritu y a conectarnos con algo más grande que nosotros mismos, la vida se nos pasa, y NO PASA NADA.

Nos enojamos con nuestros padres, con la vida, con la escuela, con el gobierno, con la familia y pareja, infructuosamente buscando responsables de los huecos en nuestras vidas.  Si ya no tenemos ese pecho abundante y cálido de mamá con leche disponible, por razones de edad principalmente, es necesario buscar ese latido en nosotros mismos.

Para volver a nuestro centro cuando nos alejamos  de él, es necesario  que nos detengamos y que oigamos los latidos de nuestro corazón. Que seamos conscientes de cómo estamos respirando. Que nos tomemos, por ejemplo, un rato para una ducha o baño de inmersión con presencia, que pasemos la mano por cada centímetro de nuestra piel, reconociéndonos. Que no sea a las apuradas, ni como una tarea u obligación más.

Es una cita con nosotros mismos,  es un instante sagrado de intimidad con la única persona con quien compartiremos el resto de esta vida: nosotros mismos.

Laura Szmuch.

 

Preguntas para saber si te estás “desdibujando”

¿Sabés qué te gusta y qué no te gusta, o siempre pedís opinión a otro?

¿Te resulta fácil o difícil tomar decisiones?

¿Te sentís cómodo en presencia de otros, o terminás agobiado después de estar un rato con algunas personas?

¿Sabés decir “no” a lo que no querés, o aceptás todo para no generar problemas?

¿La gente te escucha cuando hablás?

¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo que te gusta, sin dar explicaciones?

¿Tolerás muchas cosas?

¿Estás mucho tiempo enojado sin saber muy bien qué te está pasando?

 

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