Cada uno elige cómo subir la montaña
Ushuaia tiene el encanto de lo extremo, de estar ahí y saberte estando en un lugar tan austral, con tanto significado, con el viento dibujando remolinos en el cabello, con los paisajes que aceleran los latidos del corazón, el sol poniéndose tarde, muy tarde ahora en verano, exactamente al mismo tiempo en que la luna aparece redonda, luminosa y bella en el cielo todavía muy claro.
La semana pasada no fue mi primera vez en Ushuaia, pero sí fue la primera vez en la que no fui a dar talleres. Fue paseo familiar, encuentro con amigas y mucho disfrute. Fue estar, ser, y darme cuenta, una vez más, de que a cada momento decidimos vivir o dejar que la vida nos pase por los costados.
Ayer nos quedaban unas horas antes de tomar el vuelo de regreso a casa. Nos tomamos un taxi, y aprovechamos para tomar la aerosilla y caminar por los senderos que llevan al glaciar Marcial. Aunque es una caminata fácil, de a ratos el viento lo hace un poco más desafiante. A mí me gusta sentir el apoyo de cada pie, del corazón latiendo con fuerza, del aire fresco contra la cara, el sol que parece estar más cerca que nunca, y embriagarme con el aroma de las hierbas y flores silvestres que la tierra ofrece generosamente en esta época del año. Me gusta acelerar el paso y parar, detenerme, mirar con atención, volverme más y más consciente de dónde estoy, del momento, del entorno maravilloso, de la vida en cada instante. Paramos, tomamos fotos, y contemplamos, a través de la cámara, y en sintonía con el paisaje.
Y es muy interesante detenerte… Suspender el movimiento, los pensamientos, simplemente estar y ser. Convertirte en uno con la totalidad, transformarte en aire, viento, montaña, hielo, hojas, aromas, tierra, sonido a agua fluyendo, aves, árboles, la existencia misma.
Es interesante detenerte, observarte, y también observar a los demás. Cada vez que subo una montaña pienso y siento que el ascenso es una excelente metáfora que refleja cómo vivimos nuestra vida.
Están quienes se quieren probar superpoderosos y corren cuesta arriba, para demostrar que pueden, tanto a ellos mismos como a los demás. La idea es llegar (¿Llegar? ¿A dónde?) lo más rápido posible. Me sorprendió un hombre que subía velozmente, y sin mirar, extendía cada tanto la mano con su cámara y disparaba fotos al paisaje que no apreciaba con los ojos. Seguramente las vistas serían descubiertas una vez que bajara las imágenes a su computadora, ya que no las había observado en persona. Me asombraron quienes subían hablando de sus trabajos, los que en lugar de estar en el lugar contaban cómo habían sido otras subidas en otras partes del mundo, y los que al vernos quietos deleitándonos en la presencia pura nos preguntaban si estábamos descansando. Suponían que uno se detiene solamente cuando no puede más. Y yo elijo detenerme cuando mis sentidos están plenos, cuando puedo decidir cuál de los caminos tomo, cuando me doy el lujo de mirar de lejos y después estar cerca.
No importa cómo subamos la montaña, cada uno tiene su forma, y hay tantas formas como momentos y personas. Todas son legítimas, y van a ir cambiando dependiendo de la época, de la edad, de las ganas. Lo que sí importa, es darnos cuenta de que podemos elegir. De que no es bueno hacer las cosas en forma mecánica. De que sí es bueno estar presentes, gozar, disfrutar, Vivir con mayúsculas. Es hermoso hacer que cada instante sea especial y único, y es esencial apreciar el regalo maravilloso de la Madre Tierra. Es bellísimo dejar que el corazón se abra, permitirnos ser parte del todo, fundirnos en los paisajes sagrados.
Y como cada uno sube la montaña, tal vez, solo tal vez, sea así como vive su vida. Podemos vivir en eternos apurones, sin mirar, sin estar, confiando en que más adelante podremos ver la foto, o por lo menos subirla a Facebook para que otros vean dónde estuvimos. Podemos creer que detenernos es un signo de flojera, o podemos dejarnos períodos de tiempo para conectarnos. Podemos disfrutar, en silencio, con risas, con danzas y canciones, o podemos estar físicamente mientras nuestra cabeza pasea por otros lugares y tiempos. Podemos ser robots en medio del paraíso, o podemos ser cada vez más humanos.
Cada uno elige, y lo que cada uno elija es válido, si recuerda y es consciente de que está eligiendo.
Además de haber sido bendecidos por una increíble luna llena mientras anochecía en la ciudad, también la vimos salir anoche, bella y radiante, desde el avión.
Gracias, gracias, gracias.
Comparto algunas de las fotos con vos, son imágenes que elevan y que están llenas de belleza y armonía. Que las disfrutes.
Con Amor,
Laura