El arte de estar presente

Encuentro 14

Buenos días. Te estaba esperando. Ven y acompáñame a sumergirnos en este instante eterno, mientras sentimos la brisa suave de esta mañana acariciando nuestra piel. Respiramos con conciencia en pleno deleite del aroma de las rosas, jazmines y lavandas que se va levantando a medida que el sol comienza a acariciarlas, y a retirar el rocío que las cubre. Llevemos la mano al centro del pecho, para que la ondulación de nuestra respiración nos acompañe en este momento de conexión y placer. A medida que nos vamos sintiendo, notamos cómo los latidos de nuestro corazón se vuelven más y más presentes. Este es uno de esos instantes en los cuales nos damos cuenta de que por nuestras venas circula vida.

¿Comenzamos?

El arte de estar presente

Mindfulness es el estado de estar presente, consciente de lo que estamos haciendo, prestando atención. Esta es una definición demasiado sencilla, y si bien es muy simple entender de qué se trata estar en este estado, no es nada fácil para la mayoría de nosotros.

Cuando estamos realizando una actividad, la cabeza se nos vuela hacia otros pensamientos, nos dedicamos a una multiplicidad de tareas, es decir, a hacer varias cosas a la vez, a veces sin prestar atención a las cosas importantes. Aunque las nuevas generaciones parecen tener una capacidad especial para hacer varias cosas al mismo tiempo, y a veces, es necesario que eso suceda, es muy bueno parar varias veces por día para recordar que estamos vivos, que estamos respirando, que  el aire que entra y sale de nuestros pulmones es nuestro propio ritmo. El ritmo de nuestra vida.

Ante inconvenientes, situaciones difíciles, malos momentos, el detenernos un ratito nos llena de paz y nos ayuda a relativizar el problema y tomar otra perspectiva. Intenta tener por lo menos dos momentos muy tranquilos y con presencia durante el día de hoy. Detén tus actividades durante treinta segundos, y simplemente respira. Vuélvete consciente de tu respiración. Seguirás comprobando la enorme diferencia que algo tan pequeño y simple causa en tu día.

Mientras lo haces, pregúntate:

¿Cómo puedo generar más presencia?

¿Cuál es mi compromiso con mi propia vida?

¿Qué es y qué no es la PNL?

Por Laura Szmuch

PNL significa Programación Neurolingüística y  surgió en los años 70 a partir de  la curiosidad de Grinder (lingüista) y Bandler (matemático)  de entender la relación entre la experiencia subjetiva y las conductas de las personas.  Desde ese momento hasta ahora el campo de estudio, investigación y aplicación ha crecido enormemente, y actualmente podríamos decir que el nombre ha quedado pequeño y poco descriptivo del trabajo que los practicantes de la PNL realizan.

Esta es una metodología sumamente generativa: desde los comienzos se  puso énfasis en el modelado, es decir, en descubrir cómo las creencias, los valores, el modo de pensamiento de las personas (que en ese momento se ejemplificó con la metáfora de la computadora y sus programas, de ahí el nombre “programación”), influyen enormemente en el campo de lo que la persona percibe como posible y por lo tanto, realiza, y también lo que  interpreta como imposible, y por eso ni siquiera lo intenta.

Desde sus orígenes hasta ahora, ha ido creciendo y desarrollándose de modos diferentes de acuerdo a quiénes la  transmiten, investigan o practican. El énfasis inicial fue entender qué hacen los buenos comunicadores  y fomentar  la sintonía o rapport entre las personas, tomar en cuenta los canales sensoriales con los cuales organizamos la información, el lenguaje verbal y no verbal, el logro de objetivos, y muchos otros temas.  A lo largo de los años han surgido otros intereses: el modelado de líderes, personas que consiguen lo que se proponen y gente que es muy buena en lo que hace.

Las definiciones de PNL que hemos encontrado son muy diversas, ya que su alcance es grande, y gracias a los aportes de otras disciplinas ha ido creciendo y enriqueciéndose. Como la presuposición principal de la PNL es “El mapa no es el territorio”, el practicante de la PNL es invitado a entender desde un principio en su formación que cada persona es diferente: cada mente es un mundo, y no todos percibimos e interpretamos la realidad de la misma forma. El tomar en cuenta la maravilla de que todos somos únicos e irrepetibles le da una riqueza indescriptible a esta disciplina, y al mismo tiempo, nos lleva a notar, varias décadas después de que fuera inicialmente concebida, que podríamos hablar de varias PNLs, tantas como practicantes hay en el mundo.

Es por eso que a muchas personas se les hace un tanto desafiante explicar qué hacen cuando dicen que practican Programación Neurolingüística: saben que les gusta, que les hace bien, que les ha traído cambios muy positivos en su vida, que ha mejorado sus relaciones, evitado o solucionado conflictos internos o con otros, sin embargo, no pueden explicar de qué se trata. La respuesta ante quien pregunta, muchas veces es: “Hacé un curso o taller, ahí vas a tener la vivencia”.

Si bien la PNL ha sido criticada por no tener sustento científico, a lo largo de los años se han publicado investigaciones, principalmente en el campo de la educación. En este momento hay grupos de practicantes y entrenadores que están trabajando seriamente en la investigación. De todas formas, no por no ser científico  debe ser descartado. El yoga, por ejemplo, que ya lleva varios miles de años en el mundo, recién está siendo investigado científicamente ahora, con descubrimientos y confirmaciones de cosas que los yoguis ya sabían aún sin tener los instrumentos para medir actividad cerebral o cambios fisiológicos.  En la actualidad, con la tecnología apropiada, muchas  universidades se dedican a eso.

La PNL, que entre tantas cosas que podemos decir de ella, es una exquisita tecnología para mejorar la calidad de vida de las personas, es decir, la nuestra. La PNL es muchas cosas, pero NO es tantas otras.

La PNL no es una serie de técnicas mecánicas, aplicables fuera de contexto. Es decir, las prácticas dentro de esta disciplina se hacen desde un estado de preparación interna, una actitud mental de curiosidad y apertura, y el deseo auténtico de aprender acerca de nosotros mismos, para modificar lo que decidamos que ya no nos está sirviendo.

La PNL no es algo que alguien “le” hace a otro. Si bien un proceso de aprendizaje de PNL puede resultar sumamente terapéutico, es, principalmente eso, un proceso de aprendizaje. Las personas siempre deciden qué es lo que desean modificar y cómo, ya que una de las premisas básicas de la PNL es aumentar la capacidad de elección y la autonomía de los practicantes.

La PNL no es una filosofía de pensamiento positivo. El practicante de la PNL reconoce lo que no está bien en su vida, o no es como le gustaría, para poder cambiarlo. Es verdad, se desarrolla la conciencia de la importancia de la actitud, pero no es una disciplina: “Don’t worry, be happy” en medio de una situación que debe ser resuelta.

La PNL no es un libro de recetas fáciles para alcanzar el éxito en una semana. No hay formulas fijas, cada persona es única. No todos tienen los mismos objetivos, ni definen éxito de la misma manera. Y sobre todo, la PNL no ofrece recetas.  La responsabilidad personal es altamente valorada.

La PNL no se usa para programar ni manipular a otros, por lo menos no desde la ética que compartimos los miembros de la Red Latinoamericana de PNL.

Vivimos nuestra vida?

Para vivir en un estado de conciencia y gratitud es imprescindible darnos cuenta de que si no vivimos nuestra vida, lo único que sucede es eso: no vivimos nuestra vida.

 

Si por protegernos tanto, si por esperar que todas las condiciones sean perfectas, no nos movemos hacia aquello que deseamos, nunca vamos a conseguirlo.

 

Atrevernos a arriesgarnos puede implicar pedir ayuda, decir “no sé” y tomar la decisión de aprender, hablar desde nosotros y decir lo que realmente pensamos y sentimos, y ser auténticos.

 

❤️¿Cuánta vida nos cuesta escondernos todo el tiempo, en lugar de manifestar nuestra más bella imperfección?

 

❤️¿Qué cosa puedes comenzar a hacer hoy para animarte a dar los primeros pasos para vivir como realmente te gustaría vivir?

 

Nos fuimos construyendo tantas murallas para cuidarnos del qué dirán, de envidias ajenas, de reclamos, de críticas despiadadas, que muchas veces mostramos al mundo lo que creemos que es conveniente que vea. Eso no sería un problema si solamente fuera eso.

 

Al poner tanta energía para sostener esas murallas, nos vamos secando por dentro de esas murallas. Dejamos de alimentar el centro, el corazón, la esencia de quiénes somos en realidad. Nos acostumbramos tanto a alimentar la imagen externa, que lo que pide nuestro alma queda enterrado debajo de los cimientos de toda la fortaleza de autoprotección.

 

❤️¿Qué pasaría si hoy te animaras a tener una conversación contigo mismo y te preguntaras, amorosamente: cuál es tu anhelo más profundo?

 

❤️Si eso sucediera: ¿qué cosa te animarías a hacer hoy para honrar tu propio alma?

 

❤️¿Qué necesitas para dar ese paso pequeño, para ser fiel contigo mismo?

 

Para fortalecer nuestro coraje, es imprescindible animarnos a sentir nuestra propia vulnerabilidad. Saber que no todo tiene que salir perfecto, y permitirnos no saber cómo va a resultar algo. Transitar la necesidad de saberlo todo de antemano, de tener todo bajo control, y de satisfacer a todo el mundo con nuestras decisiones.

 

❤️Laura Szmuch ❤️

Proyecto Gratitud

Vergara, Penguin Random House

¿Por qué estoy tan cansada?

¿Alguna vez habrás preguntado esto?

Es que la energía se nos filtra por los lugares menos pensados. Cuando prestamos atención a muchas cosas a la vez, sobre todo a las que no son importantes, se nos forma una rajadura por la cual nuestra fuerza vital se va escapando gota a gota.

Es hora de empezar a estar más atentos a esto que nos hacemos sin darnos cuenta y a empezar a recuperar el entusiasmo, la fuerza, las ganas y la alegría de vivir.Hay cosas que definitivamente te irritan, ¿no es cierto?

El zumbido de un mosquito
Una contractura
Algún vecino que hace algo que no te gusta
Los grupos de Whatsapp donde no solicitaste ingresar y donde se publican cosas que no te interesan
El comentario de algún colega

Bueno, seguramente tendrás una buena lista.

Aunque si las consideramos en debida perspectiva son pequeñeces, la reacción emocional que tenemos en relación a ellas puede llegar a ser desmedida, tomando en cuenta que no importa tanto el tamaño de la molestia, sino la acumulación de muchas. Si no les vamos prestando debida atención y no cuestionamos su valor, se van apilando una sobre otra hasta que sentimos que ya no damos más.
Como el fastidio va in crescendo, con una pequeña gota se nos rebalsa el vaso.

¿Te pasó alguna vez?
El problema no es que algunas cosas no nos gusten. El inconveniente es que al ponernos en la actitud mental de aguantar lo que venga, vamos dejando pasar las situaciones sin hacer nada, pero llenándonos de un gran resentimiento hacia nosotros mismos por no haber hecho nada para que el tema termine.

En lugar de hacer algo en serio por la contractura, seguimos aguantándola hasta que no podemos más. La callamos con un analgésico, y no vamos al tema de fondo, que puede llegar a ser un alto nivel de estrés en nuestra cotidianidad, o simplemente una mala postura que podemos aprender a corregir. Sin embargo, las quejas no faltan. Y cada vez que protestamos, se abre un agujero nuevo por donde se nos escapa la energía.

Como es probable que no sea un solo tema grande el que te agote, como ya dijimos, sino la suma de muchas pequeñísimas cosas, es bueno que empieces a detectar y estar atenta a una por una, y tomes las medidas necesarias para solucionar las cosas en forma simple y sencilla, en lugar de quejarte y agotarte todo el tiempo.
No se trata de controlar todo, sino de ir resolviendo. Y, sobre todo, no permanecer rumiando cada una de las cosas que nos incomodan, sino buscar formas de terminarlas, solucionarlas o simplemente dejar de prestarles atención.

Creo que tenés tantas cosas importantes para hacer, que es bueno, es muy bueno que tengas las ganas y el entusiasmo sin contaminar. No permitas que las pavadas te afecten. Cortá por lo sano. Si la canilla pierde, llamá al plomero y arreglala. No pierdas tu vida gota a gota. Tu paz mental y felicidad valen mucho más que las cosas a las que a veces les regalás tu atención.
Laura Szmuch©2018

 

El desafío de los diez años

Divertidas, las redes sociales están siendo inundadas por este juego: #10yearschallenge, o el desafío de los diez años. Consiste en subir una foto tuya de hace una década y una actual, para ver la diferencia. Muchos de nosotros descubrimos que cambió nuestro peso, que la piel es diferente (aunque tal vez no se note tanto porque las cámaras tienen filtros ahora que pueden disimularlo), otro color de cabello, otro estilo de ropa. Un juego que nos hace reír, pero algunos lo estamos tomando  bien en  serio.

El mirar hacia atrás nos lleva a cuestionarnos muchas cosas, a recordar con nostalgia, o a disfrutar los cambios que evaluamos como positivos en los últimos tiempos. No solo estamos haciendo la comparación en lo personal, también hay quienes están  subiendo fotos mostrando cómo estaba el mundo,  cómo estaba nuestro país, cómo estaban algunos paisajes dos lustros atrás.

Si bien el juego es inocente y gracioso en la mayoría de los casos, la evaluación no tendría sentido si solo quedara en lo físico, lo que una foto nos puede mostrar. Hay tantas otras cosas para tomar en cuenta: ¿A qué me dedicaba hace diez años? ¿Quiénes eran mis amigos? ¿Con quienes compartía mi vida? ¿Qué costumbres tenía? ¿Qué soñaba hace diez años?

Pensar en cómo transcurrieron estos diez años es el verdadero desafío. Cuestionarnos si eso que nos prometimos que haríamos de nuestras vidas fue cumplido, si estamos yendo en la dirección que nos habíamos propuesto, si este tiempo fue dedicado  a honrar nuestra vida.

Tal vez sea mucho más fuerte esto que detectar un par de arrugas, si usamos más aumento en los anteojos, si la balanza grita cuando nos subimos a ella, o si el cabello ya nos crece blanco. Los diez años pasaron, ¿y ahora qué?

Me gusta el desafío de los diez años porque para muchos puede ser un gran despertador. ¿Qué vine haciendo este último tiempo? Si sigo haciendo lo mismo, ¿dónde voy a estar, cómo voy a ser, qué voy a pensar y sentir dentro de diez años?

Y ahí viene lo más importante. Una vez que vimos el rumbo que venimos tomando, podemos detenernos unas horas, un día, una semana, un mes, para recalcular. Hoy estoy acá y así. ¿Qué podría aprender, hacer, propiciar, sentir, pensar, para ser quien quiero ser dentro de diez años? ¿Qué me gustaría estar haciendo? ¿Cómo quisiera estar viviendo?

Si bien no todo está en nuestras manos, ya que vivimos en constante relación e interdependencia con otras personas, con el entorno y con lo que va aconteciendo, es muy diferente vivir con intención que vivir en piloto automático. ¿Qué se requiere de mí para que dentro de diez años pueda estar saludable, activa, y como me dé ganas de estar? ¿Qué me está pidiendo mi propia vida? ¿Qué propósito mayor me mueve, más allá del aspecto físico que va a mostrar la foto que me saque en 2029?

Para dentro de diez años poder cosechar lo que deseo, el día de hoy me está solicitando que tome unas cuantas decisiones y que tal vez empiece a modificar algunas cosas hoy mismo.

¿Qué voy a estar haciendo por mi cuerpo físico? ¿Cómo voy a cuidarlo y nutrirlo? ¿Cómo voy a atender mis articulaciones, mi respiración, mi ritmo cardíaco, mi piel? ¿Qué voy a comer? ¿Cómo voy a nutrir mi mente, mi alma y mi espíritu? ¿A qué cosas voy a prestarles atención y cuáles van a dejar de tener influencia sobre mí? ¿Qué actitudes van a colorear mis días? ¿Cómo voy a relacionarme con los demás? ¿Cuál va a ser mi contribución para que el mundo sea un mejor espacio para vivir ahora y cuando yo ya no esté?

Nos encontramos dentro de diez años para responder estas preguntas juntos. Estemos donde estemos, que podamos tener la certeza de haber estado viviendo una buena vida-más allá de los acontecimientos- y siendo leales a nosotros mismos. Te invito a el desafío #lospróximosdiezaños.

Laura Szmuch©

 

¿La felicidad es sensorial?

Qué es la felicidad es tema de debate entre filósofos, pensadores, psicólogos y maestros espirituales desde hace mucho tiempo. Hay quienes creen que la felicidad no existe, y dicen que solo hay momentos dichosos. Hay también quienes consideran que la felicidad es un atributo espiritual y que es un estado del Ser que no depende de nada externo, sino de una conexión profunda con algo Superior.

También hay otra forma de interpretar qué es la felicidad, y tiene que ver con el goce de las pequeñas cosas. Es el deleite del “festín de la vida”, como lo llama Lin Yutang. Todas esas cosas que son obvias para nosotros y damos por sentado, y son estímulo para nuestros sentidos: el disfrute de una comida, una reunión entre amigos, observar un atardecer.

Si bien muchos marcan una diferencia entre la felicidad material y la espiritual, la primera pareciera ser el apoyo para que la otra florezca. El escritor chino que mencioné en el párrafo anterior dice que “el espíritu es una condición de las glándulas endócrinas”, y también insiste, en su libro La importancia de vivir, en que la felicidad está en directa relación con la digestión y los intestinos limpios. Si bien cuando él escribió este libro no había suficiente investigación para suponer que esto podía ser cierto, en los últimos años se ha revelado la directa relación entre nuestro sistema digestivo y nuestras emociones. Nuestro sistema nervioso entérico es una subdivisión del sistema nervioso autónomo que se encarga de controlar el aparato digestivo. La neurogastroenterología se encarga de estudiar esto. El SNE está formado por 100 millones de neuronas que están en constante comunicación con el cerebro. Según la doctora Pilar Hurtado, especialista en Medicina integrativa, este cerebro intestinal produce el 90% de la serotonina, un neurotransmisor ligado a la sensación de calma, relajación y bienestar, que activa los circuitos de recompensa, estimula el deseo sexual y favorece el metabolismo de la dopamina. También ayuda a regular la temperatura corporal, previene el estrés, regula el apetito y participa en los procesos de aprendizaje, memoria, sueño y descanso. La angustia y la preocupación resuenan con diarreas y dolores varios. Este “segundo cerebro”, como lo llaman algunos, contaría con un sistema de procesamiento y decisión a nivel emocional.

La felicidad no es algo abstracto. Surge de la predisposición a estar presentes en los pequeños instantes y al disfrute de todo lo que nos proporcionan nuestros sentidos. ¿Cuáles son los momentos felices en la vida? Muchas veces se interpretan como felices las escenas de vacaciones, de un viaje, de una fiesta. Son esos momentos en los cuales no somos súbditos de la monotonía de la cotidianidad y estamos particularmente atentos. Tenemos tiempo para mirar un amanecer, disfrutar lentamente de una comida, fascinarnos ante el canto de un pájaro. Hace unos años, mientras daba un entrenamiento en una empresa, les pedí a los asistentes que detuvieran lo que estaban haciendo y que cerraran los ojos, y que durante solamente un minuto, solo atendieran a su respiración. Cuando terminaron, uno de ellos me dijo que tuvo la sensación de la mañana temprano, cuando estaba de vacaciones y la brisa fresca acariciaba su piel. Estaba tan emocionado por lo que estaba experimentando, que me preguntó si podía repetir lo que había hecho en su casa. Por supuesto… solo había prestado atención a su respiración. Eso lo podemos hacer solos. Es que cuando descubrimos esos componentes pequeños de nuestro vivir, esos instantes que dejamos pasar porque estamos muy ocupados con otros menesteres, nos damos cuenta de que hay tanto para apreciar.

En la enumeración de “Los treinta y tres momentos felices” de Chin Shengt’an, el crítico impresionista chino del siglo 18, solo vemos descripción minuciosa de instantes. Con gran esmero en la descripción sensorial, Chin describe las nubes, el alivio de la lluvia después del sopor de un día caluroso, escuchar a sus hijos, comprar algo que le da placer, sus pies descalzos y la cabeza al sol, recibir dinero para terminar su casa, cortar con un cuchillo afilado una sandía, entre otros ejemplos.

Este es uno de sus momentos felices:

“Nada tengo que hacer después de una comida y trato de revisar las cosas guardadas en viejos arcones. Veo que hay docenas o centenares de pagarés de gente que debe dinero a mi familia. Algunos han muerto y otros viven todavía, pero de todos modos no hay esperanza de que devuelvan el dinero. Sin que me vean, hago una pila con los papeles, y enciendo con ellos una hoguera, y miro al cielo y veo desaparecer la última huella del humo. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?”

Esa decisión de olvidar, de liberarse de algo que tenía atrapada parte de él mismo, es felicidad. Felicidad encarnada en ese alivio mientras el fuego termina su espera, su preocupación. Chin se libera a sí mismo al liberar a sus deudores, y describe su sentir como felicidad. ¿Cuántas cosas podríamos poner en una hoguera para quedar vacíos de falsas expectativas y dejar espacio fértil para otras cosas?

Stewart Blackburn, conocido como “el chamán del placer”, dice que el placer es la experiencia de sentirse bien, y uno solo puede sentirse bien en el presente, no en el pasado ni en el futuro. El placer se siente en el cuerpo y se experimenta a través de los sentidos. El placer es la forma que tiene nuestro cuerpo de decirnos que todo va bien, que en este momento no hay conflictos. No hay nada para temer, no tenemos por qué sentir ansiedad, vergüenza, o emitir juicios.

La doctora Christiane Northrup dice que el placer es el nutriente esencial para mantenernos sanos. Necesitamos practicar el placer en una cultura que idolatra al dolor y al sufrimiento. No hay nada sagrado en el hecho de convertirnos en mártires, y eso no nos hace mejores personas. Soportar ambientes laborales o familiares que nos hacen sentir mal creyendo que es un orgullo poder hacerlo, y pasar la vida en la queja permanente de no tener tiempo, de estar muy ocupados, de hacer lo que no nos gusta,  nos aleja de esos momentos que nos dedicamos a nutrir la posibilidad de sentirnos felices.

El cuerpo nos indica qué es bueno para nosotros. El placer es una buena guía: lo que vemos, lo que oímos, lo que nos indica nuestra piel, nuestras sensaciones viscerales, el sabor de los momentos. Recordemos que nuestros pensamientos crean reacciones bioquímicas en nuestros cuerpos, y que el campo electromagnético de nuestro corazón es muchas veces más poderoso que el del cerebro.  Según el científico Gregg Braden, autor de La Matriz Divina, el corazón tiene el poder creativo para, a través de nuestros sentimientos, hablar a las más altas dimensiones donde vamos creando nuestras realidades. Las sabidurías ancestrales siempre tomaron esto en cuenta: la fuerza de lo que sale de nuestro centro vibratorio del corazón es una fuerza potente. Es que cuando nuestro cuerpo se siente bien, cuando notamos y apreciamos los pequeños grandes detalles y empezamos a cuidar, a sentir gratitud, compasión y perdón, comenzamos a tener la clave para que la felicidad no sea solo física. Ya podemos subir algunos peldaños e ir más allá del placer.

En el libro Proyecto Gratitud dedico gran parte a la importancia del placer, del goce a través de los sentidos, del cuidado de los pequeños detalles que elevan nuestra vibración hasta llegar a la expresión de la gratitud. Esa sensación de no caber en tu propio pecho, cuando el esternón pareciera querer abrirse para que el corazón se expanda. Gratitud y felicidad van de la mano, porque cuando tomamos la decisión de permitir que lo bueno llegue a nosotros, cuando le bajamos el volumen a todo lo que nos separa de lo realmente importante, ya no hay excusas para evitar la magia de una matriz de vida en la cual todo es sagrado.

Laura Szmuch

Me estoy desdibujando…

Por Laura Szmuch

¿Cómo seguir siendo nosotros mismos y a la vez  compartir la vida con otros? ¿Cómo preservar nuestra manera de ser y a la vez ser flexible para disfrutar una convivencia pacífica? ¿Cómo evitar que otro con personalidad fuerte avasalle nuestros deseos y motivaciones?

“Hace tanto tiempo que estamos juntos que a veces siento que me olvidé de lo que realmente quiero”.

En el nombre del cuidado de la pareja y la familia muchas personas, tanto hombres como mujeres, han optado por dejar de hacer lo que les gusta.  Tal vez han aprendido a complacer, o a no causar problemas.  Quizás la personalidad del otro sea demasiado fuerte y entonces se hayan acostumbrado a adaptarse. Si bien es bueno ser flexibles y respetar lo que la pareja quiere es importante, muchas personas se pierden a sí mismas satisfaciendo  solamente lo que quiere el otro, o aceptando sin cuestionar lo que su familia política decide.

Mi amiga ya no es la que era

Muchas veces alguien que conocemos cambia por completo cuando tiene nueva pareja o grupo de amigos. La persona deja de ser quien era. A medida que pasa el tiempo va modificando gustos, costumbres o creencias muy arraigadas. Si bien siempre le damos la bienvenida a las transformaciones personales cuando son iniciadas en la persona que las atraviesa y las vive, es necesario prestar atención si esos cambios son elegidos por la persona, o simplemente son parte de un proceso de adaptación, anulación y abandono de su propio centro. Clarissa Pinkola Estés lo explica muy bien en su interpretación del cuento  “Piel de foca, piel del alma”, donde la protagonista deja de ser quién es, pierde su propia piel, para cumplir con los deseos de su marido.

“Cuando estoy allí, siento que me desdibujo”

A veces no es la pareja, sino un entorno laboral o familiar lo que hace que una persona se sienta muy alejada de su propio centro, de quien realmente es, o lo que siente. A muchas personas les sucede en sus ámbitos laborales, cuando sienten que no comparten intereses, temas de conversación, valores, modos de relacionarse, o ritmo de trabajo. Cuando una persona, por ejemplo, necesita profundidad y tiempo para tomar decisiones, el resto de sus compañeros tal vez ya pasaron a otro tema y esa persona quedó como si le hubiera pasado un tsunami por encima. La velocidad excesiva para quien no puede manejarla, es violencia. Tal vez sea una diferencia generacional, de crianza, o de forma de procesar la información lo que hace que el ritmo de trabajo de una persona sea muy diferente al de sus compañeros.

Esto también suele sucederles a muchos niños en las aulas, cuando no se respeta su modo de aprendizaje, y se sienten extraños y fuera de eje por no tener cómo acceder a lo que se le está enseñando.

“Yo soy el/la que manda”

En el afán de tener poder sobre otros, precisamente, por estar fuera del propio centro, muchas personas imponen a los demás modos de ser, de pensar, de vivir. Cuando una persona o grupo de personas no se encuentran a sí mismos, se fortalecen con la atención y energía de quienes acatan sus deseos y órdenes. Cuando una persona se queda con otra por sometimiento, y no por deseos verdaderos de hacerlo, su esencia se desintegra, se asfixia, ya no sabe qué es lo que le gusta, lo que quiere, lo que anhela para su propia vida. Su voluntad ha sido cercenada. Desde elegir el menú para una fiesta, la mesa en un restaurant, el programa de TV que se mira en casa hasta decisiones mucho más trascendentes como a qué escuela enviar a los hijos, o hasta qué ideas políticas se apoyan y a quién se vota en esa casa, si solo se acatan órdenes de otro, la persona en algún momento ya pierde noción de qué era lo que pensaba y sentía.

Una persona que se pierde a sí misma, que se desfigura, que pierde su orientación por seguir la orientación de otros, se vuelve resentida, enojada o muy triste.  En muchos casos se enferma, ya que al acallar su propia voz su cuerpo físico comienza a pedir ayuda a los gritos.

Cuando en algún ámbito, o con alguna relación en particular, ya sea con amigos, con una pareja, con los padres, con los hijos, con algún amigo o grupo de amigos, sentimos que nos estamos perdiendo, es imprescindible comenzar a recuperar-nos.

¿Cómo hago para volver a mi centro cuando me alejé de él?

El primer paso es aprender a establecer límites sanos. Es importante preguntarnos una y otra vez qué es lo que nosotros anhelamos, lo que tenemos ganas de hacer. La vida se pasa, y no podemos postergar nuestros sueños para cumplir los de otra persona.

Aprender a expresar nuestra individualidad, todo aquello que somos y lo que no somos también. Es importante delimitarnos, definirnos, conocernos, diseñarnos, reciclarnos, decidirnos y expresarnos.

Cuando aceptamos lo que somos, y también lo que no somos, tenemos disponibles los recursos que necesitamos.

Continuamos con  el respeto a nuestros espacios internos, necesidades y deseos, la nutrición del alma, y pequeños grandes detalles que harán nuestra vida más plena, con más presencia y con la mente clara para poder vivir la vida que elijamos.

En el mundo en que habitamos, suele ser bastante desafiante esto de estar en nuestro centro. Bombardeados por un sinfín de estímulos, esta sociedad NONSTOP nos tironea de todas partes. Mensajes  directos y encubiertos, todos ellos nos incitan a desear más y más. El concepto de abundancia es maravilloso. Sin embargo, es imprescindible distinguir la abundancia existencial del deseo desenfrenado y adictivo de cumplir con todas las exigencias que nos impone un paradigma de consumo en el cual dejamos de ser seres humanos para convertirnos en meros consumidores de cosas.

Si no nos preguntamos diariamente qué es importante para nosotros, la televisión, los vecinos, la calle, es decir, otros, decidirán por nosotros. En lugar de vivir nuestra vida, seremos vividos por ideas ajenas, en la gran trampa de creer que de tanto escuchar lo mismo siempre, es eso lo que quiere nuestra alma.

Se nos ha vuelto difícil saber qué es lo que realmente deseamos, porque continuamente nos dicen lo que se supone que debemos desear.

Se nos dice qué es lo que se espera de nosotros debido a nuestra edad, a la familia donde nacimos, a lo que a algunas empresas les conviene vendernos.

Hasta se nos insiste con el hecho de que debemos ser felices, y esa exigencia nos estresa más que lo que nos ayuda. Además de tantas obligaciones… ¿también hay que ser felices? La felicidad no es algo para conseguir, sino un estilo de vida. La felicidad no depende de lo que sucede a nuestro alrededor, sino de cuán confortables nos sentimos en nuestra propia piel.

En nuestra cultura nos han hecho creer que la leche en polvito en algunos casos es mejor que la de la teta, que es mejor dejar que los bebés lloren y desarrollen sus pulmones, que no hay que tener a los niñitos a upa mucho tiempo. Esa falta de contacto de piel a piel, de aroma a ser vivo, esa desnaturalización de la vida que se nos ha impuesto, nos ha programado para suponer que todo debe venir de afuera. La intimidad con otro, y la intimidad con uno mismo han pasado a segundo plano.

¿Cuántas personas realmente tienen un momento para sí mismas?

No me refiero a sentarse frente a la TV a embotarse de noticias o a ver series o novelas.

No hablo solamente de hacer cosas que nos gustan.

Me refiero al silencio fecundo, a la ducha con presencia, a la conexión con nuestros propios cuerpos, a la conciencia de la respiración, a la reflexión, al discernimiento de qué es realmente importante para nosotros.

Es triste darnos cuenta de que si no nos dedicamos a nosotros mismos, a cultivar nuestro espíritu y a conectarnos con algo más grande que nosotros mismos, la vida se nos pasa, y NO PASA NADA.

Nos enojamos con nuestros padres, con la vida, con la escuela, con el gobierno, con la familia y pareja, infructuosamente buscando responsables de los huecos en nuestras vidas.  Si ya no tenemos ese pecho abundante y cálido de mamá con leche disponible, por razones de edad principalmente, es necesario buscar ese latido en nosotros mismos.

Para volver a nuestro centro cuando nos alejamos  de él, es necesario  que nos detengamos y que oigamos los latidos de nuestro corazón. Que seamos conscientes de cómo estamos respirando. Que nos tomemos, por ejemplo, un rato para una ducha o baño de inmersión con presencia, que pasemos la mano por cada centímetro de nuestra piel, reconociéndonos. Que no sea a las apuradas, ni como una tarea u obligación más.

Es una cita con nosotros mismos,  es un instante sagrado de intimidad con la única persona con quien compartiremos el resto de esta vida: nosotros mismos.

Laura Szmuch.

 

Preguntas para saber si te estás “desdibujando”

¿Sabés qué te gusta y qué no te gusta, o siempre pedís opinión a otro?

¿Te resulta fácil o difícil tomar decisiones?

¿Te sentís cómodo en presencia de otros, o terminás agobiado después de estar un rato con algunas personas?

¿Sabés decir “no” a lo que no querés, o aceptás todo para no generar problemas?

¿La gente te escucha cuando hablás?

¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo que te gusta, sin dar explicaciones?

¿Tolerás muchas cosas?

¿Estás mucho tiempo enojado sin saber muy bien qué te está pasando?

 

Joven y flaca

Por Laura Szmuch

Nuestra cultura pareciera haber incorporado como verdad absoluta que ser joven y delgado es sinónimo de bueno. Si parecemos jóvenes, aunque tengamos edad avanzada, tenemos el cielo ganado.

“La juventud está en la mente, no en los años que uno tiene. Hay jóvenes de 70 años, y viejos de 20”, dicen algunos.

¿A qué se refieren cuando dicen “juventud”? 

No hablan realmente acerca de ser joven, sino a la vitalidad, flexibilidad, amplitud de mente.

Ser sano, activo y optimista no tiene nada que ver con la juventud, sino con una manera de vivir la vida. El verdadero significado de joven es que tiene pocos años de vida. Si bien la palabra puede ser asociada con otras ideas, juventud es un período en la vida, no una cualidad.  Nos han vendido la idea de que debemos honrar la juventud eterna, y de esa forma nos invitan a desvalorizar todas las cualidades que vienen con la experiencia de una vida vivida con conciencia. Así compramos todo tipo de productos para parecer lo que no somos, para simular que nuestro cuerpo no es como es, devaluando la maravilla de todo lo que sí es. La madurez es una cualidad que no tiene tanta prensa, y generalmente, aunque con excepciones,  aparece cuando ya no se es joven.

Lo mismo que ocurre con la juventud, ocurre con ser delgado.

 

-¡Ana  que flaca que estás! –

-¡Gracias! –

No le dijo bella, no le dijo que se veía saludable, le dijo flaca, y ella lo tomó como un elogio.

Flaca y joven. Joven y flaca. Una cosa es adelgazar por un tema de salud, otra cosa es hacer culto a la delgadez extrema. Una cosa es humectar la piel y cuidarla, otra cosa es auto flagelarse con productos que lastiman y arruinan el cuerpo o la cara, para borrar alguna arruga.

Las arrugas deberían ser reivindicadas. Son la prueba de que vivimos, de que sonreímos, nos hemos expresado, pensado, enojado, disfrutado del sol y del viento. El cuerpo vivido está para ser honrado, ya que la existencia  transcurrida va dejando señales, aprendizajes, y nos hace especiales y únicos. La edad debe ser respetada. Es preferible que nos digan: “Qué bien que estás”, “Qué radiante se te ve”,  y no  “Qué joven y flaca estás”. Es mucho mejor que te alaben por tus ideas y sensatez que por una piel estirada artificialmente o un rostro que no supo sonreír. Las arrugas demuestran que vivimos. Ni más ni menos.

Una persona madura puede estar por encima de los mandatos sociales de juventud eterna y la tiranía de cierto tipo de moda que ignora la verdadera belleza de las personas, tengan la edad que tengan.

 

Para reflexionar:

¿Cómo te sentís acerca de tu cuerpo?

¿Lo cuidas y lo nutrís, o solamente lo criticas cuando está frente al espejo?

¿Qué cosa buena y estimulante has hecho por vos misma hoy?

¿Te peleas con los cambios naturales por el paso del tiempo, o los aceptas?

¿De qué forma te preparas para ser una adulta sana y vital aún cuando tengas edad avanzada?

 

No te jodas

Laura Szmuch©

Comparto con vos:

Esta es una publicación que hice en Facebook hace unas semanas y tuvo miles de compartidos. Por eso decidí incluirla hoy.

No te jodas
Marisa, 4 años, jugaba con los cubiertos en la mesa. Su papá le dijo que se quedara quieta. Pero antes de terminar de darse cuenta de qué le decían, su codito tumbó el vaso de agua.

“Ahora te jodés y no tomás nada”, le dijo papi. Y ella, pequeñita, entendió que había que joderse, sin entender muy bien qué era lo que había pasado.

Luisina, dos años, corría por el patio de su casa. Su abuelo le dijo que no corriera, que se iba a caer. Y Lu, obediente, se cayó. “Jodete”, le dijo el abuelito. Y ella sintió que tenía la culpa de algo que no sabía muy bien qué era…
Isa acarició al gatito que vio en la calle. Y el gatito la arañó. “Jodete”, le dijo su mamá. “Así aprendés a no tocar animales que no conocés”.

Y así, aprendimos a jodernos. A creer que habíamos hecho algo mal. Y así, aprendimos a decirle al otro o a la otra que se jodan.

Y así, desde pequeños, se nos desdibujó la compasión, se nos fomentó la saña, se nos apartó de la maravilla de ser un poco más humanos.

Que nadie se joda si podemos decirle a Marisa que juegue, que sea feliz. Que le podemos llenar el vaso otra vez.
Que nadie se joda si le podemos decir a Luisina que corra, que se divierta, que disfrute de sus piernas, de la brisa en su piel. ¿Y si se cae? Le damos la mano, la ayudamos a que se levante, la abrazamos, y le decimos que una caída no es grave.

Que Isa sepa que nunca está mal expresar cariño, aunque el otro no pueda recibirlo.
Para que cuando Marisa, Luisina e Isa sean grandes, no digan por ahí indiscriminadamente: “Jodete, vos te lo buscaste”.

Para que cuando cuando Marisa, Luisina e Isa crezcan, no desplieguen el dedito acusador que les movieron a ellas, cuando de tan pequeñas que eran, ni se dieron cuenta de que se les filtraron por la conciencia los lentes de la falta de sensibilidad por lo que le pasa al otro.

Estamos a tiempo

¿Me podes explicar cómo es que no hice esto antes? ¿Cómo no me di cuenta? ¿A esta edad voy a empezar? Si yo hubiera sabido esto… Si hubiera aprendido de chica… Si nos hubiéramos conocido de más jóvenes…
¿Quién no se encontró diciendo esto alguna vez? Durante las últimas semanas he escuchado muchos de estos comentarios, lo cual derivó en hermosas conversaciones acerca de cuál es el tiempo o momento ideal para hacer las cosas.

Lo que yo creo es que el momento para hacer las cosas es cuando las hacemos. Ni antes, ni después.
Si nos lamentamos de no haber tenido una vocación definida cuando éramos adolescentes , y la encontramos después de los treinta o cuarenta años, posiblemente no estábamos maduras ni listas ni interesadas una o dos décadas atrás. Habremos tenido otras ocupaciones, otros intereses. Si lo descubrimos ahora, ¡pues bienvenido el descubrimiento!

Si nos reencontramos con alguien a quien no nos animamos a amar en algún momento, y podemos hacerlo ahora, el tiempo perdido no existe. Seguramente otras experiencias nos habrán dado conocimiento y oportunidades de crecimiento para poder disfrutar ahora de la compañía de esta persona.

Si ahora aprendemos maneras más positivas para relacionarnos con la gente, y nos damos cuenta de que nos equivocamos muchas veces antes, es hermoso agradecer la posibilidad de poder cambiar ahora, tengamos la edad que tengamos. Yo he visto cambios de actitud tan maravillosos en tanta gente, que no podría hablar de todos en una nota.

Si descubrimos que estamos listas para un cambio, no nos arrepintamos por no haberlo hecho antes. Está bueno que nos sumerjamos en nuestra nueva vida, profesión, posibilidades. Ya que ahora estamos lista, ahora es nuestro momento, nuestro único momento de PODER: ¡el presente!

Siempre podemos comenzar con lo que deseamos…
Todos nosotros somos responsables de qué hacemos con lo que nos sucede. Si no podemos dar pasos hacia lo que deseamos solos, siempre hay un pariente, un amigo, un colega, un mentor, un coach, un profesor, un libro, un artículo, que puede acompañarnos. A veces una conversación cortita, algo que nos muestre cosas que no estábamos viendo o tomando en cuenta, son el empujoncito amoroso necesario para ponernos en marcha. Si lo deseamos, y no lo hicimos hasta ahora, me seduce la idea de respetar nuestros propios tiempos, nuestras decisiones pasadas, y, si lo queremos con todo el alma, si vale la pena hacerlo, es fabuloso comenzar ahora, ya mismo. Nunca es tarde. Siempre estamos a tiempo.

Laura Szmuch©