El camino del buentrato

Camino de la ternura

por Laura Szmuch

¿Sabías que lo que decimos  y pensamos se nos representa internamente en alguna forma? A veces a través de imágenes, otras a través de sensaciones, o combinaciones de ambas. Hay pensamientos en colores, en blanco y negro y también nítidos o borrosos.  Algunos no se perciben en lo que solemos llamar “cabeza”, sino que aparecen en el cuerpo a través de alguna tensión, dolor, cosquilleo, sensación de frío o calor. Otras veces los pensamientos aparecen como si estuvieran encarnados en alguna imagen ubicada fuera de nosotros, ubicados en el espacio que nos rodea.

Cuando digo “maltrato”, ¿cómo se te representa?

¿Viene en forma de recuerdo de algo que viviste? Si es así, ¿dónde está ubicado ese recuerdo? ¿Dentro de vos o afuera? ¿Hacia la derecha, la izquierda, adelante, atrás?

¿Se contrae o tensa alguna parte de tu cuerpo: mandíbula, pecho, estómago, manos?

¿Hay algo que oigas: un grito, una amenaza, un silencio?

Puede que el maltrato que se nos “aparezca” sea de otros hacia nosotros, de nosotros hacia nosotros, o de nosotros hacia otros. “Maltrato” es una palabra cargada de emocionalidad y corporalidad. Tanto el maltrato como la idea del mismo, baja  nuestro tono muscular, lo que la eutonista Susana Kesselman llama daño tónico.  La postura corporal de indefensión,  de no poder movernos ni responder, es un modo posible de vivirlo. También podemos tensarnos, contraernos y ponernos a la defensiva, o reaccionar con la devolución del maltrato, tanto físico como verbal.

El maltrato es una conducta aprendida en el ámbito de lo familiar y lo social. Son modos de relacionarnos con nosotros y con otros seres. No digo personas porque al decir “seres” incluyo plantas, animales, insectos, nuestra Madre Tierra.

Estoy refiriéndome a los maltratos sutiles aunque no inofensivos. A esos que pasan desapercibidos de tan naturalizados que están. No estoy hablando acá de maltrato físico, negligencia o abandono extremos, abuso sexual o explotación, o maltrato institucionalizado, sino a conductas que están invisibilizadas y afectan el bienestar y la dignidad de las personas.

Si en nuestras casas, nuestras escuelas, clubes, medios de comunicación, calle, aprendimos a responder de alguno de los modos posibles al maltrato,  e incluso aprendimos a practicarlo, tal vez también podamos aprender el buentrato a nivel personal, relacional y social.

Curioso dato, al escribir la palabra buentrato la computadora me lo marca como error. Claro, la palabra así escrita no existe. Sin embargo,  maltrato todo junto, sí. Una palabra con toda su identidad. En la lengua española, buen trato debe escribirse separado, en dos palabras. “Buen” es adjetivo y  modificador de la palabra trato. Pero BUENTRATO, como deseo usarlo, conlleva un error gramatical y semántico.  Tal vez cuando desarrollemos una buena y clara representación interna del término como cultura, la palabra buentrato comience a existir en sí misma. Te propongo que le demos vida, juntos. ¿Lo hacemos?

El primer paso

El primer paso para aprender el buen trato es empezar a notar. ¿Así de simple?  Sí, es muy simple, aunque veremos cómo te resulta.  Cuando comenzamos a notarnos a nosotros mismos, por ejemplo, comenzamos a darnos cuenta de que no somos solamente la cara que vemos en el espejo cada mañana cuando nos levantamos, ni la selfie, ni las manos que se mueven delante de nosotros. Tenemos un cuerpo, y ese cuerpo no tiene solo un adelante. También hay costados, arriba y abajo y atrás.  Nota cómo con solo leer esto tu percepción de vos mismo se modifica.

Nuestro cuerpo físico ocupa espacio

Cuando nos damos cuenta del espacio físico que ocupamos, también podemos comenzar a notar que las otras personas también ocupan espacios físicos.  Un dato: no solo es el espacio que ocupa nuestro cuerpo tangible, también hay un espacio energético alrededor del mismo, y muchas personas son muy sensibles a lo que se les acerca o entra en ese espacio alrededor de ellos.  Qué interesante saber todo esto, cuando por ejemplo estamos en lugares compartidos e ingresamos sin autorización a los espacios de otros, o ellos a los nuestros.

Recuerdo cuando tomaba clases de gimnasia en el club. Estábamos en un gimnasio enorme. A medida que íbamos llegando, antes de comenzar la clase, tomábamos una colchoneta y nos íbamos ubicando, dejando espacio vacío entre ellas para tener libertad de movimiento.  Había algunas personas que llegaban cuando una parte del gimnasio ya estaba preparada, y aunque el resto del lugar estaba vacío, tomaban sus colchonetas y las ubicaban en los espacios que habían quedado entre otras colchonetas. Una mujer que solía llegar tarde tenía la costumbre de  ubicar  la suya con una parte encima de la mía.  Entonces yo me corría, la mujer que estaba al lado debía reubicarse también, y  terminábamos encimadas. No eran tiempos de la distancia física por pandemia, claro. Sin embargo, yo me preguntaba si las personas no se daban cuenta de lo que hacían y de los espacios que ocupaban sus cuerpos físicos. Noté que una de ellas  se metía entre las colchonetas de las demás porque le divertía fastidiar a sus compañeras. Otra, lo supe después, tenía interés sexual y era el modo que encontraba de acercarse, sin darse cuenta de que su conducta molestaba mucho.  Sin embargo, en la mayoría de los casos, esto ocurría debido a la clara falta de noción de espacios, de volúmenes corporales, de percepción de uno mismo y  también del otro.  Algunas de esas mujeres no tenían conciencia corporal ni espacial. No notaban el  lugar físico que ocupaban sus cuerpos.

Algunas personas se mueven en los espacios como si fueran los únicos que están allí, cosa que vemos claramente también cuando están al volante. No se les ocurre que para pasar por el lugar donde está el otro, es necesario pedir que el otro se mueva, o aceptar que en ese lugar ya hay otra persona.

El permiso, por favor y gracias no son solamente palabras de relleno en convención social, sino un reconocimiento de la presencia del otro.

¿Cómo se te representa internamente la noción de un “otro”?

Una vez alguien me dijo que lo más importante que había aprendido en su formación en PNL fue darse cuenta que, efectivamente, había otras personas y él no era el centro de todo.  No se refería únicamente a un entendimiento cognitivo, sino a notarlo y saberlo desde los huesos.

Qué importante que esto suceda, y que aprendamos a honrar la existencia de los otros. Tanto los cercanos como los lejanos, los que se parecen a nosotros y los que son muy diferentes. Y no me refiero solamente a la apariencia física, sino a modos de ser, pensar y sentir también.

Reconocer la existencia de otro  es el arte de la coexistencia y surge, precisamente, a partir de nuestras construcciones psicológicas y sociales.

El maltrato de la indiferencia

La indiferencia es un modo del maltrato en el cual no miramos, no escuchamos, no reconocemos la presencia del otro. El otro, para nosotros, no existe. Pasamos al lado de quien está durmiendo en la calle y no lo vemos.  Cruza delante de nosotros una persona llorando, y no nos damos cuenta. Estacionamos en una rampa para discapacitados, y ni pensamos en las complicaciones que ese descuido le causa a quien tiene movilidad reducida.

Cuando mi hija estaba haciendo el ciclo básico en la universidad, tenía un compañero ciego. La cursada de esa materia duró varios meses. El día del examen, el alumno le preguntó a la docente cómo iba a evaluarlo, y ella lo miró asombrada y le recriminó que no le había avisado que no veía y no podía hacer el mismo examen escrito de sus compañeros.  Esa profesora, que había dado clases durante un tiempo a ese grupo, jamás los había mirado. No había registrado que uno de sus alumnos tomaba nota en braille, por ejemplo. Y eso es muy fácil de notar si uno está atento, ya que produce un sonido que es muy diferente a cualquier otro.  Es un inconfundible sonido repetitivo del punzón contra el papel y la regleta a velocidades altísimas. ¿Dónde estaba la atención de la educadora, que no percibió tampoco, a un joven con bastón blanco?  No fue una clase, sino  la cursada de varios meses de toda la materia.

Fomentando el buentrato

Notarme a mí misma, volverme consciente de mi espacio físico, energético, psicológico, emocional.

Reconocer la presencia de los demás también.

Sentir que el otro, aunque diferente y otro, está conectado a mí.

Tener la certeza de que somos parte de un todo, de la unidad de la vida.

La PNL nos invita a la atención, la agudeza sensorial, el arte de estar presente y tanto más. Propongo un modelado de modos de relacionarnos que honren la presuposición que a la mayoría de los PNListas todavía nos queda pendiente hacer carne: “El mapa no es el territorio”.

Nos invito a ser activistas del buentrato, viviéndolo, transmitiéndolo, mostrándolo.

  • Saliendo de la cultura del grito, e ingresando en la cultura de la suavidad.
  • Dejando de lado la indiferencia y comenzando a mirar a la gente a los ojos. Es tan hermoso cuando alguien te dice que se sintió visto y escuchado por vos. A veces, por primera vez en la vida.
  • Ampliando la mirada: no solo hacia adelante, sino en todas las direcciones.
  • Volviéndonos conscientes del impacto de lo que decimos en nuestros cuerpos, y siendo cuidadosos con lo que les decimos a los demás. Siempre es bueno comenzar en la propia casa, con la pareja, los hijos, los padres.

¿Qué otras formas de practicar el buentrato vas a comenzar a poner en práctica, además de las que ya usás ahora?

¿De qué modos vas a estar presente para notar lo que está sucediendo: en primera, segunda y tercera posición? Es decir, desde vos, poniéndote en los zapatos del otro, y también mirando desde afuera para notar lo que está sucediendo desde un punto de vista lo más neutral posible.

Pongamos de moda el buentrato, y consigamos que se convierta en palabra con identidad propia.

Publicado en  La Magia continúa, Número 83. Revista de la Red Latinoamericana de PNL.