¿La felicidad es sensorial?

Qué es la felicidad es tema de debate entre filósofos, pensadores, psicólogos y maestros espirituales desde hace mucho tiempo. Hay quienes creen que la felicidad no existe, y dicen que solo hay momentos dichosos. Hay también quienes consideran que la felicidad es un atributo espiritual y que es un estado del Ser que no depende de nada externo, sino de una conexión profunda con algo Superior.

También hay otra forma de interpretar qué es la felicidad, y tiene que ver con el goce de las pequeñas cosas. Es el deleite del “festín de la vida”, como lo llama Lin Yutang. Todas esas cosas que son obvias para nosotros y damos por sentado, y son estímulo para nuestros sentidos: el disfrute de una comida, una reunión entre amigos, observar un atardecer.

Si bien muchos marcan una diferencia entre la felicidad material y la espiritual, la primera pareciera ser el apoyo para que la otra florezca. El escritor chino que mencioné en el párrafo anterior dice que “el espíritu es una condición de las glándulas endócrinas”, y también insiste, en su libro La importancia de vivir, en que la felicidad está en directa relación con la digestión y los intestinos limpios. Si bien cuando él escribió este libro no había suficiente investigación para suponer que esto podía ser cierto, en los últimos años se ha revelado la directa relación entre nuestro sistema digestivo y nuestras emociones. Nuestro sistema nervioso entérico es una subdivisión del sistema nervioso autónomo que se encarga de controlar el aparato digestivo. La neurogastroenterología se encarga de estudiar esto. El SNE está formado por 100 millones de neuronas que están en constante comunicación con el cerebro. Según la doctora Pilar Hurtado, especialista en Medicina integrativa, este cerebro intestinal produce el 90% de la serotonina, un neurotransmisor ligado a la sensación de calma, relajación y bienestar, que activa los circuitos de recompensa, estimula el deseo sexual y favorece el metabolismo de la dopamina. También ayuda a regular la temperatura corporal, previene el estrés, regula el apetito y participa en los procesos de aprendizaje, memoria, sueño y descanso. La angustia y la preocupación resuenan con diarreas y dolores varios. Este “segundo cerebro”, como lo llaman algunos, contaría con un sistema de procesamiento y decisión a nivel emocional.

La felicidad no es algo abstracto. Surge de la predisposición a estar presentes en los pequeños instantes y al disfrute de todo lo que nos proporcionan nuestros sentidos. ¿Cuáles son los momentos felices en la vida? Muchas veces se interpretan como felices las escenas de vacaciones, de un viaje, de una fiesta. Son esos momentos en los cuales no somos súbditos de la monotonía de la cotidianidad y estamos particularmente atentos. Tenemos tiempo para mirar un amanecer, disfrutar lentamente de una comida, fascinarnos ante el canto de un pájaro. Hace unos años, mientras daba un entrenamiento en una empresa, les pedí a los asistentes que detuvieran lo que estaban haciendo y que cerraran los ojos, y que durante solamente un minuto, solo atendieran a su respiración. Cuando terminaron, uno de ellos me dijo que tuvo la sensación de la mañana temprano, cuando estaba de vacaciones y la brisa fresca acariciaba su piel. Estaba tan emocionado por lo que estaba experimentando, que me preguntó si podía repetir lo que había hecho en su casa. Por supuesto… solo había prestado atención a su respiración. Eso lo podemos hacer solos. Es que cuando descubrimos esos componentes pequeños de nuestro vivir, esos instantes que dejamos pasar porque estamos muy ocupados con otros menesteres, nos damos cuenta de que hay tanto para apreciar.

En la enumeración de “Los treinta y tres momentos felices” de Chin Shengt’an, el crítico impresionista chino del siglo 18, solo vemos descripción minuciosa de instantes. Con gran esmero en la descripción sensorial, Chin describe las nubes, el alivio de la lluvia después del sopor de un día caluroso, escuchar a sus hijos, comprar algo que le da placer, sus pies descalzos y la cabeza al sol, recibir dinero para terminar su casa, cortar con un cuchillo afilado una sandía, entre otros ejemplos.

Este es uno de sus momentos felices:

“Nada tengo que hacer después de una comida y trato de revisar las cosas guardadas en viejos arcones. Veo que hay docenas o centenares de pagarés de gente que debe dinero a mi familia. Algunos han muerto y otros viven todavía, pero de todos modos no hay esperanza de que devuelvan el dinero. Sin que me vean, hago una pila con los papeles, y enciendo con ellos una hoguera, y miro al cielo y veo desaparecer la última huella del humo. ¡Ah! ¿No es esto felicidad?”

Esa decisión de olvidar, de liberarse de algo que tenía atrapada parte de él mismo, es felicidad. Felicidad encarnada en ese alivio mientras el fuego termina su espera, su preocupación. Chin se libera a sí mismo al liberar a sus deudores, y describe su sentir como felicidad. ¿Cuántas cosas podríamos poner en una hoguera para quedar vacíos de falsas expectativas y dejar espacio fértil para otras cosas?

Stewart Blackburn, conocido como “el chamán del placer”, dice que el placer es la experiencia de sentirse bien, y uno solo puede sentirse bien en el presente, no en el pasado ni en el futuro. El placer se siente en el cuerpo y se experimenta a través de los sentidos. El placer es la forma que tiene nuestro cuerpo de decirnos que todo va bien, que en este momento no hay conflictos. No hay nada para temer, no tenemos por qué sentir ansiedad, vergüenza, o emitir juicios.

La doctora Christiane Northrup dice que el placer es el nutriente esencial para mantenernos sanos. Necesitamos practicar el placer en una cultura que idolatra al dolor y al sufrimiento. No hay nada sagrado en el hecho de convertirnos en mártires, y eso no nos hace mejores personas. Soportar ambientes laborales o familiares que nos hacen sentir mal creyendo que es un orgullo poder hacerlo, y pasar la vida en la queja permanente de no tener tiempo, de estar muy ocupados, de hacer lo que no nos gusta,  nos aleja de esos momentos que nos dedicamos a nutrir la posibilidad de sentirnos felices.

El cuerpo nos indica qué es bueno para nosotros. El placer es una buena guía: lo que vemos, lo que oímos, lo que nos indica nuestra piel, nuestras sensaciones viscerales, el sabor de los momentos. Recordemos que nuestros pensamientos crean reacciones bioquímicas en nuestros cuerpos, y que el campo electromagnético de nuestro corazón es muchas veces más poderoso que el del cerebro.  Según el científico Gregg Braden, autor de La Matriz Divina, el corazón tiene el poder creativo para, a través de nuestros sentimientos, hablar a las más altas dimensiones donde vamos creando nuestras realidades. Las sabidurías ancestrales siempre tomaron esto en cuenta: la fuerza de lo que sale de nuestro centro vibratorio del corazón es una fuerza potente. Es que cuando nuestro cuerpo se siente bien, cuando notamos y apreciamos los pequeños grandes detalles y empezamos a cuidar, a sentir gratitud, compasión y perdón, comenzamos a tener la clave para que la felicidad no sea solo física. Ya podemos subir algunos peldaños e ir más allá del placer.

En el libro Proyecto Gratitud dedico gran parte a la importancia del placer, del goce a través de los sentidos, del cuidado de los pequeños detalles que elevan nuestra vibración hasta llegar a la expresión de la gratitud. Esa sensación de no caber en tu propio pecho, cuando el esternón pareciera querer abrirse para que el corazón se expanda. Gratitud y felicidad van de la mano, porque cuando tomamos la decisión de permitir que lo bueno llegue a nosotros, cuando le bajamos el volumen a todo lo que nos separa de lo realmente importante, ya no hay excusas para evitar la magia de una matriz de vida en la cual todo es sagrado.

Laura Szmuch