Modelando los caminos de la ternura

Dicen que los peces no saben que están nadando en agua.

Nosotros tampoco nos damos cuenta de los mundos en los cuales vivimos. Nos detenemos muy poco a evaluar cómo son esas realidades que vamos creando día a día a través de nuestros lenguajes. Lenguajes de palabras y también lenguajes corporales, que han sido transmitidos culturalmente, aprendidos desde las primeras palabras que escuchamos y reprodujimos. Y también desde los gestos, movimientos, y formas de usar y tratar nuestros cuerpos, y los de los demás.

Son esas pequeñas grandes violencias cotidianas.

Quien se sube al auto y se transforma en monstruo al tomar el volante.

No ceder el paso al peatón.

Estacionar en rampas y complicarle la vida a quien está en silla de ruedas.

Burlarse del diferente.

Justificar agresiones con frases del tipo:  «Se lo buscó».

Atacar a quien piensa diferente.

Tratar mal a un cliente.  Tratar mal a quien te atiende en un negocio.

Destratar.

Darle a la bocina cuando alguien que camina lento está cruzando.

Darle a la bocina porque el auto de adelante no arrancó apenas abrió el semáforo.

Acusar sin saber.

No cumplir con lo que prometimos.

Para modificarlas, es necesario reconocerlas primero. Tarea ardua, de tan naturalizadas que están.

Y al verlas, empezar a nutrir las pequeñas amabilidades cotidianas, aprendiéndolas, llevándolas a la práctica. Nuestra disciplina puede ayudarnos a aprender eso que todavía no sabemos hacer, porque estamos acostumbrados a otra cosa.

 

Se ha naturalizado la metáfora de la lucha, la pelea y la guerra. Veamos un ejemplo, una frase que suena con frecuencia: «Tengamos el coraje de luchar por nuestros sueños». A simple vista parece una oración motivadora. Sin embargo, la palabra «luchar» denota muchas cosas: que hay un oponente, un conflicto, una limitación.

En un recorrido por las redes sociales, por los programas de radio y televisión, los diarios, y la calle misma, es muy fácil constatar que hay un paradigma preponderante de pelea, dominación, crítica, violencia, maltrato, intolerancia. Nos horrorizamos cada día cuando nos relatan acerca de algún hecho que aconteció muy cerca de nuestros hogares, como reacción a una mala mirada, una provocación verbal, o un arrebato emocional que demuestra un alarmante analfabetismo afectivo y empático. Si analizamos el lenguaje, veremos que en muchas expresiones cotidianas hay una ideología guerrera. El mundo del coaching y de la PNL no está exento de esto. En libros y en videos encontramos expresiones como destruir viejas pautas, ROMPER Creencias, aplastar obstáculos, dominar el mercado, y a veces,  despedazar a la competencia. También lo vemos en los cuerpos tensos y en postura lista para el ataque, en los puños cerrados, en el dedito mayor levantado…

El paradigma de la lucha es un modelo de escasez. Es un modelo de mera supervivencia, de egoísmo, de peligro, de ver enemigos por todas partes. Es un modelo de endurecimiento, de soledad, de grietas, de bandos, de respiración superficial, de contracturas y de pecho angostado. Es un mundo de éxitos y fracasos, de ganadores y perdedores, de provocaciones temerarias, de guerras y peleas sin sentido. Un mundo de acumuladores y de carenciados, un mundo de aplastamientos. De superficialidades y manipulaciones afectivas, psicológicas y sociales. Un mundo de excluidos, y de dominadores y dominados.

El paradigma de la lucha va de la mano de la paranoia, de las teorías conspirativas, de la división del mundo entre amigos y enemigos.

Es por eso que quiero proponer un modelado de la ternura. Dejar de lado la aspereza del lenguaje que genera escudos,  suavizar las durezas, convocar a modos de vivir y relacionarnos desde la vivencia de la ternura.

¿Qué es la ternura? Propongo que no la definamos conceptualmente. La ternura es una experiencia, un modo de conectarnos, de acercarnos, de entibiar frialdades.

Si googleamos ternura nos encontraremos con imágenes de ositos, gatitos y bebés. Eso es solo una de las posibles expresiones de la ternura. Ternura es un modo de mirarnos a los ojos, un modo de ver lo mejor en el otro, una invitación a la benevolencia. Es muy parecido al concepto de amorosidad que nos dejó Humberto Maturana.

«Nosotros, los seres humanos, somos seres biológicamente amorosos como un rasgo de nuestra historia evolutiva, de manera que sin amor no podríamos sobrevivir. El bebé nace en la confianza implícita de que con él o con ella habrá nacido una mamá, un papá y un entorno que lo van a acoger, porque si no lo acogen se muere. Por ello, la biología del amor es central para la conservación de nuestra existencia e identidad humana.»

 

La ternura es la invitación a estar juntos sin ser rivales, a devenir en productores de oxitocina. La ternura, como dice Mario Alonso Puig,  es buena para quien la da, para quien la recibe, y también para quien la observa.

Es necesario señalar que la ternura no es naif. No es una cualidad que conlleve un estado de infantilización o de fragilidad. Solo quien es fuerte puede ser tierno en sus interacciones.

Volvamos a Maturana: «Decimos a veces que los niños son el futuro de la humanidad. Nosotros pensamos que no es así, que el futuro de la humanidad somos las personas adultas. Es con las personas adultas con quienes conviven que los niños, las niñas, los jóvenes se van transformando en la convivencia. Esta es nuestra gran responsabilidad. Las personas adultas, ahora, con lo que hacemos, con lo que escogemos, con lo que pensamos, somos el futuro de la humanidad.»

El pedagogo y escritor Carlos Skliar nos invita a enamorarnos de un lenguaje que invite a pensar otros modos de hacer el mundo.

Para no solo pensar sino también construir otros mundos, es necesario recuperar la afectuosidad, la sensibilidad, otro modo de acercarse a los demás.

Solo a través de la ternura nos sentimos reconocidos por alguien. Es a partir de ella que emerge un verdadero encuentro. Si no hay ternura domina el divide y triunfarás. Si no hay ternura, es probable que florezca la cultura del grito, como la llama el maestro y sacerdote salesiano Alejandro Cussianovich.

 

En lugar de luchar por nuestros sueños, propongo buscar otras metáforas, del ámbito de la vida. Por ejemplo: «Tengamos el coraje de crear una nueva realidad. El coraje de vivir nuestros sueños. El coraje de parir nuevos mundos”. Me inspira más el lenguaje de la partera, que el lenguaje del gladiador.

Ambos conviven en este mundo. Sin embargo, quienes queremos co-crear un nuevo mundo, podemos elegir qué palabras utilizamos para movernos hacia un nuevo paradigma.

Te propongo un ejercicio, para re-descubrir o aprender los lenguajes de la sensibilidad. Empezá a observarte, o a observar a otros,  y reconocé gestos de ternura. ¿Cómo son? ¿Qué palabras usa la ternura? ¿Qué tonos y modos de hablar? ¿Cómo es la postura corporal de la ternura? ¿Cómo respira la ternura? ¿Cómo se mueve? ¿Qué expresiones corporales tiene? ¿Cómo toca la ternura? Tal vez recuerdes una comida preparada con ternura, su sabor y aroma. Quizás haya palabras de tu infancia: en italiano, quechua, guaraní, portugués, alemán, aymará, Idish, mapuche, ruso,  cualquiera que haya sido el idioma de tus padres o abuelos. Esas palabras que te remontan a un momento suave y seguro.

Y si no las encontrás, y es muy probable que no las encuentres,  ¿dónde podés buscarlas hoy? ¿Cómo podés ser partícipe activo del nacimiento de una cultura de la ternura, que funcione como antídoto de tanta máscara y escudo detrás del cual nos escondemos para proteger nuestra más maravillosa vulnerabilidad y estar generando apertura a un modo de vivir desde la fraternidad?

¿De qué forma podemos cambiar de piel, acariciar con las palabras, cultivar una mirada compasiva, generar verdaderos encuentros, explorar nuevas dimensiones en las relaciones?

Voy a despedirme con este poema que  Cortazar regaló 31/12/1951

 

«Mira, no pido mucho,

solamente tu mano, tenerla

como un sapito que duerme así contento.

Necesito esa puerta que me dabas

para entrar a tu mundo, ese trocito

de azúcar verde, de redondo alegre.

¿No me prestás tu mano en esta noche

de fin de año de lechuzas roncas?

No puedes, por razones técnicas.

Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,

el durazno sedoso de la palma

y el dorso, ese país de azules árboles.

Así la tomo y la sostengo,

como si de ello dependiera

muchísimo del mundo,

la sucesión de las cuatro estaciones,

el canto de los gallos, el amor de los hombres».

Julio Cortázar