¿Cómo voy a molestarme si no me cumplen si yo tampoco cumplo?

“¿Cómo voy a molestarme si no me cumplen si yo tampoco cumplo?” Me dijo.  Como yo no entendía de qué me estaba hablando, me explicó. “Mi contador me estafó con un montón de dinero. Pero no lo puedo juzgar. Es un tema de confianza, ¿viste? Si yo ni siquiera puedo confiar en mí mismo.  Decido dejar de fumar y me bajo el atado entero. Voy a hacer dieta, y  me matan los chocolates y no puedo resistirme. Y digo “basta de alcohol” y termino en una profunda borrachera. Si yo no soy de confiar, ¿cómo voy a enojarme si tampoco el otro se compromete conmigo?”

Hace muchos años que tuve esta conversación, y nunca la olvidé. Pedro me planteaba un modo de interpretar su situación que a mí no se me había ocurrido. Esa falta de compromiso, de confianza, de constancia consigo mismo, lo llevaba desde una profunda honestidad personal, a justificar las conductas de los demás hacia él.

Si bien es saludable no depender emocionalmente de lo que los demás van a hacer en su relación con nosotros, y en una postura muy “tao” recordar a la maestra Byron Katie cuando dice que nadie la desilusiona porque no espera nada de nadie, creo que es necesario distinguir entre una postura filosófica y los compromisos del día a día, de los cuales  depende el fluir de las relaciones, las actividades cotidianas, y hasta la salud personal.

Recuerdo un conocido que estaba enojadísimo porque no le daban respuesta en relación a un trabajo que había solicitado. Se quejaba de la falta de profesionalismo de la gente de esa empresa, de la falta de consideración hacia él, del tiempo que le hacían perder. Paradójicamente, él estaba describiendo lo mismo que él hacía con otras personas. No respondía mails, dejaba a sus sucesivas parejas esperando su llamado que nunca llegaba, y tampoco estaba demasiado presente como amigo. Cuando alguien necesitaba su compañía o su palabra de aliento, él nunca estaba.

Hablamos de compromiso generalmente cuando nos referimos a otros: cuando no cumplen, cuando no respetan nuestros horarios, cuando no nos dan la respuesta que estamos esperando. Sin embargo, pocas veces miramos profundamente para ver cómo es nuestro compromiso con nosotros mismos, y también con la palabra dada a otros.

¿Cuántas veces sacaste un turno con un médico y no solo no fuiste sino que no avisaste que no irías?

¿Cuántas veces te anotaste en un taller gratuito y ocupaste el lugar que podría haber tenido otro y no apareciste?

¿Cuántas veces reservaste lugar para algún evento y dejaste colgado a quien te estaba esperando?

No me estoy refiriendo a causas de fuerza mayor: una enfermedad, un problema grave, o incluso el fallecimiento de alguien cercano.

Me estoy refiriendo a “Veo, si me da ganas voy, si no, me quedo en casa”, cuando hay alguien que en otro lugar te está esperando y tu ausencia le complica su día.

Y en relación a tu compromiso con vos mismo:

¿Cuántas veces te prometiste salir a caminar, empezar a comer sano, estudiar, dejar de hacer algo que te hace mal?

¿Cuántas veces caíste en tentaciones de lo que te habías prometido que nunca más harías?

Cuando insisto en que es necesario que estemos presentes con nosotros mismos, me refiero a esto. A darnos cuenta de que si estamos haciéndonos esto, o se lo estamos haciendo a otros, es bueno empezar a replantearnos cómo nos estamos conduciendo. Dejar de prometer lo que no vamos a cumplir, evaluar las posibilidades antes de aceptar hacer algo que tal vez no vayamos a poder, y respetar a la persona que organiza sus horarios, su presupuesto o su energía en relación con lo que iba a hacer con nosotros, ya sea un amigo, pareja,  profesional o profesor.

La falta de compromiso erosiona las relaciones, genera desconfianza y agota la más fecunda paciencia. Es muy difícil trabajar con alguien que cambia de planes permanentemente, no por creatividad o porque tiene propuestas mejores, sino porque cree que lo único que importa es lo que le sucede a él o ella. Los demás deben bailar a su ritmo, en una ilusión falsa de que todos deben adaptarse a sus deseos y caprichos. La excusa de moda suele ser “aprendí a respetar mis propios tiempos y deseos”, y quien la usa olvida que hay otra persona que no puede respetar los suyos propios porque puso en su agenda un encuentro con el que nunca va a asistir.

Es importante aprender a estar presentes. No por moda. No como un mantra new age, sino con los pies sobre la tierra. Cualquier práctica espiritual debe mejorar la vida diaria de las personas, la comunicación respetuosa y el fluir de cada momento. Es importante honrar nuestra palabra, la que damos a otros y la que NOS damos. Si no llegamos a cumplir con algo, podemos renegociar el compromiso, siempre y cuando lo que estemos posponiendo no atente contra nuestra ecología interior.

¿Con qué vamos a comprometernos a cumplir esta semana?

Este es un aprendizaje que necesitamos transitar entre todos.

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