Seamos jóvenes para siempre

Nuestra cultura pareciera haber incorporado como verdad absoluta que ser o parecer joven es sinónimo de bueno. Si lucimos jóvenes, aunque tengamos edad avanzada, tendremos el cielo ganado.

“La juventud está en la mente, no en los años que uno tiene. Hay jóvenes de 70 años, y viejos de 20”, dicen algunos. ¿A qué se refieren cuando dicen “juventud”?  No hablan realmente acerca de ser joven, sino a la vitalidad, flexibilidad y amplitud de mente.  Estas son cualidades que pueden aparecer en gente con más años y también en quienes recién se asoman a la vida. Ser sano, activo y optimista no tiene nada que ver con la juventud, sino con una manera de vivir la vida.

El verdadero significado de joven es que tiene pocos años de vida. Si bien la palabra puede ser asociada con otras ideas, juventud es un período en la vida, no una cualidad.  Nos han vendido la idea de que debemos honrar la juventud eterna, y de esa forma nos invitan a desvalorizar todas las cualidades que vienen con la experiencia de una vida vivida con conciencia. Así compramos todo tipo de productos para parecer lo que no somos, para simular que nuestro cuerpo no es como es, devaluando la maravilla de todo lo que sí es. La madurez es una cualidad que no tiene tanta prensa, y generalmente, aunque con excepciones,  aparece cuando ya no se es joven.

Veamos qué sucede con el cuerpo físico:

El cuerpo cambia y no tiene la misma forma o tamaño que cuando teníamos 20 años. Este tipo de modificación es fácil de apreciar en los niños: las mamás y papás saben que la ropa que le entró al hijo a los 5 años, no le va a entrar a los 7. No solo porque crece en altura, sino porque las formas corporales se van modificando. Muchas marcas olvidan que tanto hombres como mujeres no tienen el mismo tipo de cuerpo a los 30 que a los 50, aunque pasen largas horas en el gimnasio o se castiguen con las dietas más estrictas.  A veces no son las marcas sino las mismas personas que se empeñan en utilizar ropa que no se adapta al nuevo cuerpo al cual no se han animado a darle la bienvenida. No es solo el tamaño, sino la forma lo que cambia.

Si hablamos de la piel, sabemos que una cosa es limpiarla,  humectarla, nutrirla y cuidarla, otra cosa es auto flagelarse con productos que lastiman y arruinan el cuerpo o la cara, para borrar alguna arruga. Las arrugas deberían ser reivindicadas. Son la prueba de que vivimos, de que sonreímos, nos hemos expresado, pensado, enojado, disfrutado del sol y del viento. El cuerpo vivido está para ser honrado, ya que la existencia  transcurrida va dejando señales, aprendizajes, y nos hace especiales y únicos. La edad debe ser respetada. Es preferible que nos digan: “Qué bien que estás”, “Qué radiante se te ve”, a  “Qué joven (y flaca) estás”. Es mucho mejor que te alaben por tus ideas y sensatez que por una piel estirada artificialmente o un rostro que no supo sonreír. Las arrugas demuestran que vivimos. Ni más ni menos.

Una persona madura puede estar por encima de los mandatos sociales de juventud eterna y la tiranía de cierto tipo de moda que ignora la verdadera belleza de las personas, tengan la edad que tengan.

 

Para reflexionar:

¿Cómo se siente acerca de su cuerpo?

¿Lo cuida y lo nutre, o solamente lo critica cuando está frente al espejo?

¿Qué cosa buena y estimulante ha hecho por usted misma hoy?

¿Se pelea con los cambios naturales por el paso del tiempo, o los acepta?

¿De qué forma se prepara para ser una adulta sana y vital aún cuando tenga edad avanzada?

¿Y qué sucede con los objetos?

En la práctica zen los sabios nos instan a honrar y respetar los objetos.  En contraste con nuestra costumbre de renovar, de adquirir lo último que nos invita todo tipo de moda, es bueno aprender a cuidar lo que ya tenemos. Es verdad que muchas de las cosas que adquirimos tienen un tiempo de caducidad muy efímero. Los celulares pasan a ser anticuados muy rápidamente y en poco tiempo ya no nos sirven.  Esto se debe al avance enorme de la tecnología a pasos agigantados y velocidades extremas, y también a nuestra cultura de consumo, donde usamos gran parte de nuestra vida para adquirir dinero para comprar cosas que no necesitamos y que en realidad no nos interesan o no nos sirven. Una buena idea es aprender a valorar   y cuidar lo que ya tenemos.

Tanto en relación con las personas como con los objetos, nos manejamos en esa aceleración enfermiza, en la cual todo debe cambiar, y es menester adaptarnos a todo lo nuevo. Nos dicen que si el mundo cambia, nosotros debemos cambiar. Este es un mito que enferma y estresa en forma alarmante. Si hablamos de cambio como aprendizaje, es una cosa. Si nos referimos al cambio como lo que sucede en nuestra biología en forma natural también. Sin embargo, si “adaptarnos al cambio”  nos exige que dejemos de ser quienes somos, que usemos nuestra energía en parecer en lugar de ser, eso no es sano. No es un cambio con conciencia, sino impuesto desde afuera.  Si el adaptarnos a lo que se nos exige implica que vayamos de dieta en dieta, de cirugía en cirugía,  que nos desesperemos porque no somos como los modelos, es momento de parar y empezar a cuestionarnos qué nos está pasando.  Recordemos que los cuerpos reales de los modelos también crecen y se adaptan a su edad, pero nos engaña el hecho de que gozan con el beneficio del photoshop o similar. No podemos ser una “imagen de filtro” permanentemente. Es hora de valorar quiénes y cómo somos, aceptar la edad propia y ajena, y cultivar la sabiduría.

Artículo publicado en Saber Vivir de noviembre 2017

Laura Szmuch es Magíster en Psicología Cognitiva, Coach y entrenadora de PNL